viernes, 3 de abril de 2015

Ruta por las Batuecas y Peña de Francia, Salamanca


AUTOR: J.L.V.A.


Esta vez tocaba super-ruta, es decir, de las largas y por tanto le corresponde un super-relato, así es que aviso ya de entrada a los lectores para que vayan prevenidos en cuanto a tiempo y ganas.




Prefiero contar la “aventura” cuando se tiene reciente pero con la suficiente demora temporal que permita obviar los detalles que menos me hayan impactado. De esta manera, los posos que dejan las vivencias serán aquellos que se van a recordar aunque pasen muchos años. Por poner un ejemplo, Mogarraz, un pueblo con cierta fama, es verdad que puede ser más auténtico que La Alberca, éste más enfocado al “turismeo”, pero también resulta más aburrido y lo único que lo diferencia del resto es que tiene sus fachadas salpicadas de fotos antiguas de los lugareños, extraídas del archivo local, consecuencia de un peculiar proyecto, Retrata-2, sobre unas planchas metálicas de buen tamaño.




Pero la primera parada, brevísima, había sido en los 4 postes de Ávila, buscando quizá una iluminación imposible al amanecer así es que tuve que continuar la ruta, algo decepcionado. La siguiente parada fue en Villanueva del Conde, un pueblo chiquito y muy majete, con una amplia plaza y una bien plantada iglesia. La razón de mi parada era meramente logística: necesitaba de ese pan de pueblo recién hecho para acompañar al salchichón ibérico que me iba haciendo guiños todo el viaje, pero no pudo ser, un amable ciclista me explicó que no había suficiente demanda para sustentar una panadería.




De ahí a Mogarraz, donde el pan lo llevaban a las 10 desde otro pueblo, según pudieron explicarme entre un mudo por señas y un viejito desde una terraza y faltaba más de media hora. La arquitectura tradicional de esta zona es muy bonita pero está mezclado lo auténtico con lo meramente decorativo, es decir, fachadas imitando a lo tradicional. Y de Mogarraz a La Alberca, “capital” de las Batuecas, importante núcleo turístico, con campings, urbanizaciones de apartamentos, casas rurales e incluso varios hoteles de buena pinta. Tiene un par de largas calles medio peatonales con los típicos comercios enfocados a turistas, de regalos, artesanía y gastronomía variada (dulces, quesos, pimentón, miel, embutidos, jamones, hornazos y muchos etceteras …). Y pude contar hasta cuatro panaderías. En la primera que entré porque olía a gloria bendita, lo estaban haciendo, con masa madre según me explicó la señora y me emplacé para recogerlo al regreso pero sin embargo en la siguiente panadería sucumbí a la tentación porque el salchichón y mi estómago no estaban dispuestos a esperar más. Como era Lunes Santo, todo el pueblo se estaba afilando los dientes a la espera del turista ocasional. La plaza de La Alberca constituye por sí sola la estampa auténtica que representa a toda esta región de Las Batuecas.



Me gustó también un pequeño y coqueto puente sobre el río y me sorprendieron sus aceras, hechas con grandes bloques de piedra. Y me encantó cruzarme con una viejecita ataviada con las ropas típicas, cargada de humildad, limpieza y elegancia. En la puerta de la iglesia se encuentra la escultura de un cerdo de tamaño medio hecha por una escuela de aprendices del lugar y que supone de facto el icono donde todo el mundo se hace la foto de rigor. En varios pueblos pude observar la existencia de una pequeña ermita, llamada del humilladero, cuyo significado os dejo que consultéis en google para no darlo todo hecho, jeje.




El siguiente objetivo era la Peña de Francia (Francia es la sierra y Francia es el río), erguida montaña que se observa desde muchos kilómetros a la redonda que alberga un santuario y una estación repetidora. Desde el desvío son 12 km de subida por una amplia carretera (suben los autobuses del Imserso) que garantiza unas vistas excepcionales en todas direcciones. Por cierto que la virgen aquí también es morenita. Aunque el viento soplaba con ganas tuve que agradecer lo limpio de nubes que estaba el cielo porque a mi lado una pareja comentaba que de cinco veces que habían subido nunca habían podido ver la linea del horizonte. El santuario, nada especial por dentro, pero colosal por fuera, era visitable y gratis. También, bajo un curioso monolito de gran tamaño, había excavada una especie de trinchera subterránea que se convertía en una balconada sobre el vacío.






La siguiente parada fue en San Martín del Castañar, por recomendación de un viajero, otro pueblo fiel representante de la arquitectura de la zona donde me di un paseo callejero porque el coche había que dejarlo en la entrada. Me gustó su iglesia. Como anécdota diré que había muchas golondrinas y también me sorprendió un señor fabricándose macetas en madera a base de 5 tablillas.







Tras subir el puerto del Portillo, cargado de silencio y buenas vistas, toca una increíble bajada con quince o veinte revueltas en plan Alpe D'Huez, y ya abajo se llega al Monasterio del Santo Desierto de San José de las Batuecas (en rehabilitación), curioso nombre con un no menos curioso cartel en la entrada de su fachada coronada con un árbol en su cúspide. A destacar un paseo fluvial de unos cientos de metros desde el aparcamiento (ojo que hay dos parkings, uno de unas 15 plazas y otro el doble de grande, algo más lejano) hasta el monasterio que discurre paralelo al río de forma que se circula encajonados en madera cual cabestros en San Fermín, con bancos en el trayecto y hasta merendero con fuente.




Ya en pleno valle de Ambroz, llegué a Hervás, otro pueblo recomendado, a eso de las 4 de la tarde. Aunque lo intenté hasta en 3 sitios, me resultó imposible comer, ni de menú, ni de carta: unos cerraban, otros se les había acabado todo, vamos que ni aperitivo me pusieron. Ya hablaré de ellos en Tripadvisor. Supuestamente lo destacable de este pueblo era su barrio judío. Había muchos turistas dando vueltas, pero a mí me decepcionó, no sé, quizá porque estaba sin comer. En la iglesia andaba medio pueblo faenando y limpiando con vistas a las inmediatas procesiones.


Desde Hervás sale una vía que comunica con el valle del Jerte subiendo por el puerto de Honduras. Son 17 km. de subida y otros tantos de bajada por una muy peligrosa carretera, con buen firme pero muy estrecha que obliga a parar al cruzarse dos coches pues el ancho de la vía es menor que la anchura de los dos vehículos luego alguno de los dos se tiene que salir al minúsculo arcén. Aprovechando de mi experiencia me puse a chupar rueda de otro coche que me iba abriendo camino y aunque intentó distanciarme acelerando en las rectas con visibilidad, luego le tocaba frenar en las curvas y así fuimos todo el trayecto haciendo el muelle.




Ya en el Valle del Jerte, congestionado el tráfico por las obras del desdoblamiento de la carretera, subí a El Torno, pues tenía pendiente de un viaje anterior visitar el Mirador de la Memoria, con una preciosa vista y 4 esculturas humanas en recuerdo de nuestra guerra civil.






Y de ahí a Plasencia, con la obligada visita al Succo y al Tentempié, donde disfruté de un espléndido zorongollo (ensalada de pimientos asados, ventresca de atún, ahumados de salmón y bacalao, decorado con berros, manzana, fresas y vinagreta de módena y con mucha cebollita) y algo más que me reservo. Terminé viendo la procesión, felicitándome de ser solo espectador al ver como salían echando el bofe y sudando los nazarenos en cada cambio de grupos y pese a la frecuencia de los mismos. Quedé citado con una hamburguesa de retinta para el próximo jueves y para tomarme el cafelito en el parador que esta vez no hubo tiempo.



Gracias por tu visita ¡¡Hasta pronto!!
                                             
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