¿Por qué se llama de Piedra abuelo? -Pregunta una niña-.
-A lo que el abuelo muy sonriente contesta- Porque el que descubrió este lugar se quedo de piedra al verlo….
Esta
breve conversación la escuchamos esperando en el torno de entrada al Parque Natural del Monasterio de Piedra.
Una niña, de unos siete u ocho años, acompañada de sus abuelos, nos precedían
en la cola de acceso.
Verdad,
o una salida ingeniosa del abuelo, lo cierto es que el lugar no es para menos.
El
conjunto que forman el río Piedra y el monasterio cisterciense, aúna, en un
espacio relativamente pequeño, naturaleza y patrimonio, cultura y paisaje, en
un lugar sin comparación en la península, declarado paisaje
pintoresco desde 1945.
Hablar, o en este caso escribir, del Parque Natural del Monasterio de Piedra y no ponerse sensiblero, es ardua tarea. Pero, quizá no basta con decir que el río Piedra, en su camino hacia el Jalón, afluente del Ebro, da origen a cascadas, saltos de aguas, grutas y lagos. Rodeados de una espesa y frondosa vegetación de castaños, fresnos, chopos... lleno de rincones de ensueño. Porque, en el Parque Natural del Monasterio de Piedra, todos los sentidos se ponen a flor de piel, es un oasis de naturaleza y un paisaje romántico donde los haya, cualquiera de sus rincones idílicos son el marco perfecto para una declaración de amor.
El Parque Natural del Monasterio de Piedra se halla oculto entre las accidentadas montañas del Sistema Ibérico, al suroeste de la provincia de Zaragoza, en la localidad de Nuévalos, Comarca de Calatayud. Un valle fluvial y frondoso, en el que el río Piedra, en su cauce, ha ido horadando la caliza; con espectaculares paredes y formaciones, cuevas y cavidades, con un conjunto de cascadas, lagos y rápidos, que se recorren por unos caminos y sendas bastante agrestes.
Tras
pasar el torno de entrada, un par de fotógrafos nos ofrecen un posado de grupo y
otro individual con un ave rapaz, fotos que podemos ver, y adquirir o no a la
salida.
El
recorrido está señalizado, de forma que si seguimos las flechas no nos
perderemos y disfrutaremos de la visita al completo.
Comenzamos
bajando por un tramo con bastante pendiente, para llegar a una planicie
arbolada, El Vergel de Juan Federico Muntadas; verde pradera, bancos de madera,
el Lago de los Patos a nuestra izquierda y la primera de las cascadas, de
pequeño tamaño, El Baño de Diana, desde allí mismo se ve la siguiente, de las más
espectaculares del parque, La Caprichosa, que, con la anterior, forman un
bonito encuadre fotográfico. Y fotógrafos es lo que vamos a ver por doquier, ¡muchos!
tantos o más que cascadas, con cámaras digitales, compactas, réflex, con y sin
trípode, móviles, iPhone, iPad, tablets… cualquier
aparato que haga una instantánea es bueno para llevarse un recuerdo de este paraíso.
Continuamos por el recorrido señalizado, que nos lleva a lugares como; la Cascada Trinidad, la Gruta de la Pantera y de la Bacante, Los Vadillos, Los Fresnos Altos y Bajos, La Cascada Iris…
Si el recorrido
por este vergel, de cascada en cascada, nos va embelesando, tras bajar unas escaleras,
estrechas y empinadas, quedamos alucinados al entrar en la Gruta Iris ¡del
tamaño de una catedral!. La vista es de lo más gratificante, además de pasada
por agua, ya que las filtraciones dan origen a una llovizna continua en el
interior de la cueva que va calando en la ropa, algo que en el mes de agosto no
molesta en absoluto, pero que en otras épocas del año mejor sería llevar un chubasquero. Esta cavidad está situada detrás de la cascada Cola de Caballo, la más alta
del parque, que le hace de cortina natural dejando pasar solo algunos rayos de
luz.
El
trayecto continúa y llegamos a la piscifactoría Las Pesqueras, la primera
instalación de este tipo creada en España, centro de piscicultura dedicado a la cría de trucha común, trucha arco-iris, cangrejo ibérico y tenca, especies destinadas a la repoblación de nuestros ríos.
El sonido de las cascadas nos acompaña en cada paso, al
llegar al Lago del Espejo el sonido se convierte en silencio, un remanso de
paz y tranquilidad, sosiego y relax, eso es lo que transmite este tramo del
trayecto que bordea un lago de aguas cristalinas.
Finalizamos la visita al Parque Natural con una exhibición de aves rapaces; águilas, halcones, buitres, búhos, cara-cara... efectúan vuelos rasantes sobre las cabezas del público.
Pero la visita no termina aquí, falta la parte monumental,
el Monasterio Cisterciense del siglo
XII; el Claustro, la Sala Capitular, la antigua Abadía, el policromado
Tríptico-Relicario Gótico-Mudéjar, el Museo del vino de la D.O. Calatayud y
el Museo del Chocolate, instalado en la cocina del monasterio, donde se elaboro
el primer chocolate de Europa.
La visita se puede terminar dando un paseo por la muralla perimetral, hasta la Torre del Homenaje y la Cruz de Gayarre.
Sin salir del recinto amurallado tenemos a nuestra
disposición; restaurantes, cafeterías, tienda de recuerdos y productos
aragoneses, hotel con spa, zona de picnic y aparcamientos gratuitos.
Si salimos de la zona del Parque Natural, con la intención de volver a entrar, hay que hacerlo
saber al personal de la entrada.
Los clientes alojados en el Hotel del Monasterio de Piedra gozan, al finalizar el horario de
visitas al Parque Natural, de la paz
y el silencio propios de un recinto monacal, pero, con las comodidades propias
del siglo XXI.
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